Tras el paso del tifón Rouke, y con las pilas cargadas otra vez después de haber descansado durante todo el día anterior, el séptimo día de viaje amaneció con buen tiempo, lo que nos animó de nuevo a intentar alquilar bicis en el hostal.
Bajamos a la recepción relativamente pronto y afortunadamente nadie había alquilado ninguna aún, así que pudimos alquilar 3 bicis (500 yenes cada una) para desplazarnos hasta el Templo Senso-ji, en Asakusa. De paso, y al no tener que coger el metro, por el camino podríamos ver diferentes lugares como el Tokyo Dome y el parque Ueno.
Algo bueno de Tokyo es que es bastante llano, así que se convierte en un lugar ideal para poder desplazarte utilizando la bici como medio de transporte. Si a eso le sumamos que la gente esta acostumbrada a ver bicis circulando por las aceras (casi todas están divididas en dos mitades, una para peatones y la otra para bicis) y que los niveles de delincuencia son muy bajos no es de extrañar que tanta gente se mueva de esta forma.
Lo que si llama la atención, al menos al principio, es el hecho de que casi ninguna bici está candada. Imaginaros la siguiente situación: un hombre de negocios que va a su trabajo en bici. Al llegar se baja de ella y… ¿qué pasaría en España? Buscaría un lugar donde dejarla y le pondría uno, o incluso dos candados, que hombre precavido vale por dos. Y, ¿qué pasa en Japón? Pues en Japón llegan al trabajo, buscan un sitio donde dejarla y la dejan sin más. A lo sumo candan el cuadro con la rueda, pero nada más. Si llevan un paraguas y creen que no lo van a necesitar, lo dejan colgado de la cesta de la bici con la certeza de que cuando vuelvan el paraguas seguirá ahí. Llegamos a ver hasta motos con las llaves puestas en el contacto! El dato llama aun más la atención si tenemos en cuenta que es una ciudad enorme en la que viven cerca de 14 millones de habitantes.
Volviendo al tema del séptimo día, cogimos las bicis y nos dirigimos hacia el Tokyo Dome. Lo encontramos bastante fácil ya que sólo tuvimos que seguir el canal que pasa cerca del ministerio de defensa, y que lleva directamente hasta el lugar. En el recinto de ocio, a parte del propio Tokyo Dome (un recinto deportivo con capacidad para 55.000 personas en el que habitualmente se juegan partidos de béisbol pero también se celebran partidos de fútbol y conciertos) hay también un spa, una zona comercial con tiendas y cafeterías y un parque de atracciones con una montaña rusa cuyo recorrido transcurre entre edificios. Pasamos por allí con la idea de probar la montaña rusa, pero era demasiado pronto y aun no estaba abierta. Una pena.
Seguimos nuestro recorrido y después de pedalear los escasos 3km que separan el Tokyo Dome y Ueno, finalmente llegamos al parque. Se trata del primer gran parque que se hizo en Tokyo y en él se pueden encontrar una gran cantidad de museos entre los que destacan el Museo Nacional de Tokyo, el Museo Nacional de Ciencias, el Museo Nacional de Arte Occidental y la Galería Metropolitana de Arte de Tokyo. A parte de museos también podemos encontrar el zoológico de Ueno, que fue el primero de todo Japón en abrir, allá por el año 1882. Además, el parque también tiene una sala de conciertos, un santuario del año 1627 y numerosas estatuas de personajes japoneses. Por último cabe destacar que en el parque vive un gran número de personas sin hogar, pero no debemos alarmarnos ya que son totalmente pacíficos y la mayoría de ellos ni siquiera mendigan ni piden limosna.
Tras dar unas cuantas vueltas por el parque y perdernos por sus caminos decidimos poner rumbo hacia Asakusa. Por el camino vimos una tienda de cómics, revistas y videojuegos de segunda mano y decidimos entrar a echar un vistazo, no sin antes dejar, con cierta incertidumbre, las bicis en la calle al modo japonés. No dudábamos de la seguridad de la ciudad, pero bastaba que las dejásemos nosotros para que desapareciese alguna y tuviésemos que pagar la fianza. Finalmente, y como era de esperar, salimos de la tienda y las bicis seguían exactamente donde las habíamos dejado.
Poco después llegamos a Asakusa, en el distrito de Taitō. Dejamos las bicis fuera y entramos al recinto del templo a través de la puerta principal (Kaminarimon), fácilmente reconocible por la enorme linterna roja que cuelga del techo de la puerta. Tras atravesarla nos encontramos de frente con una estrecha pero larga calle llena de puestos de comida, artesanía y recuerdos que llevaba directamente hasta la entrada del templo (Hozomon). Una vez allí, lo primero que hicimos fue dirigirnos al incensario (O-koro) y echarnos por encima el humo que de él sale, ya que según cuenta la leyenda, este humo fortalece a los débiles y cura a los enfermos. Después, nos mojamos las manos y la boca para purificarnos y entramos al templo, el cual fue fundado hace ya casi 1500 años, lo que lo convierte en el templo más antiguo de Tokyo.
Tras salir del edificio principal del templo hicimos el Mikuji, lo que viene a ser la premonición del futuro. Lo primero que se debe hacer es coger una caja de metal que esta llena de palitos de madera con números y agitarla, de tal forma que los palitos se mezclen, y esperar hasta que salga uno. Una vez que te has fijado en el número que te ha salido, lo que tienes que hacer es buscar ese número en unos cajones pequeños que hay justo al lado y sacar el papel que hay dentro del cajón que te haya tocado. En este papel es en que podrás leer la premonición de tu futuro. La verdad es que nuestro nivel de interpretación de los números japoneses no es demasiado alta así que tuvimos que pedir ayuda a una familia que andaba por ahí al lado.
Salvo a Pablo, al que le tocó “bad fortune”, a Ibon y a mí la suerte nos acompañó y nos tocó “the best fortune” y “good fortune” respectivamente. Tal y como marca la tradición, Pablo tuvo que doblar su hoja y hacerle un nudo para que lo que decía su premonición no se cumpliese. Parece ser que fue el único al que le salió algo malo en las premoniciones aquel día, todas las barras estaban vacías.
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